FERIA DE VERA 2023

ME ENTENDERÉIS Veréis. Mi objetivo de pequeña era ser más lista que los chicos. Siempre me habían ganado al ajedrez, me es- cogían en último lugar para jugar al fútbol y cuando mostraba mi opinión me llamaban «marimandona». Durante años, detesté la feminidad. Solo quería ocupar sus espacios, demostrarles que yo también era inteligente. Y no solo eso, sino que me esforzaba más que nadie. Me obsesioné por sacar buenas notas y destacar. Por absorber cada gramo de conocimiento. No por una cuestión de amor a la erudición, sino por puro ego. Mantuve una cu- riosidad –a veces fingida– por temas que no me interesaban en absoluto, pero que sabía que me serían útiles en un futuro y que me brindarían una posición privilegiada, o al menos, cierto capital cultural. Cuando leí que Sally Rooney escribía «quiero ser tan lista que nadie me entienda», pensé: ¡por fin alguien describe exactamente cómo me siento! Pasaron los años y mi meta siguió siendo la misma. Leí todos los clásicos que pude. Vi todas las películas de la Nouvelle Vague. Nada me interpelaba, nada me erizaba la piel, nada despertaba ilusión en mí. Sin embargo, por las noches, cuando ni el intelectualismo ni la sombra de la mirada masculina podían alcanzarme, me acercaba a historias que me transportaban a la calidez de los cuidados con los que tuve la suerte de crecer. No hablaban de grandes conflictos históricos, ni de marxismo versus liberalismo. Eran conversaciones de abuelas alrededor de una mesa de camilla sobre cómo sus nietos tenían la suerte de vivir una libertad –sexual, de expresión…– para ellas robada. Compartían espacios, se adueñaban de las calles, entretejían con su presencia una red de seguridad, sin ningún fin productivo (¿hay algo más revolucionario?). Se referían exactamente a lo que yo había vivido en Vera. Pero esos relatos se acabaron pronto. Apenas había literatura porque apenas había habido cabida para nuestra vi- sión en los anales de la historia. Quizás algo más si computamos como tal los «anónimos». ¡Qué frustrante! ¡Esas eran las historias que merecían la pena contar! Las de la gente. Veréis, para mí, la dignidad es eso. Así que traté de canalizar los anhelos y ahíncos de esa niña de la que os hablaba al principio, en la cultura. Era una palabra gigantesca, pero ¿acaso no estamos tratando aquí de normalizar lo grandilocuente? Escribí «Dama de pueblo», una novelita que ficcionó una experiencia personal, como quien corre tras un autobús que se marcha. No pretendía ser una crítica como tal, pero tampoco quería eludir la responsabilidad que supone escribir. En los últimos meses, se está produciendo una mitificación del pueblo que es tan dañina como la que se produjo respecto a la ciudad hace un tiempo. Romantizar está de moda. ¡Yo misma romantizo! Pero a veces tengo miedo de cegarme, de que nos arranquen el derecho y el deber de progresar en sociedad. Sea como sea, el concepto de pueblo siempre ha sido presentado por los medios o el cine como algo arcaico e intolerante. Qué injusticia. Ante todo, los pueblos son una lucha constante y lo reaccionario lo será siempre con independencia de dónde se sitúe y del número de habitantes que una ciudad presente. Lo pensé tras leer el artículo de Víctor Visiedo sobre cómo Vera Playa se ha convertido en un destino clave de turismo LGTBI. También lo pienso cuando miro a mi alrede- dor, a mis amigos y amigas, a los vecinos que llegan nuevos. El documental «Dolores guapa» (dir. Jesús Pascual, 2022) mira a las tradiciones religiosas desde la perspectiva de personas que a priori están en los márgenes, pero que participan de ellas y acaban siendo el alma de las mismas. Y me pareció importantísimo porque reivindica la colectividad. Al final, las tradiciones estarán bien siempre y cuando se adapten al devenir de la época en la que habitan sus gentes. Escribí «Dama de pueblo» para resarcir a la niña que fui y que no fui y para escarbar en otro tipo de feminidad. El libro fue el primer paso para enrigidecer unas piernas aún temblorosas e inseguras. En este sentido, en el camino de encontrar la identidad, tengo que mencionar la película «Barbie» (dir. Greta Gerwig, 2023), cuya protagonista termina su arco de transformación al afirmar: «Quiero crear, no ser el objeto creado. ¿Tiene eso sentido?» Es lo que nos preguntamos las niñas menudas con una historia que contar. Es decir, todas. ¿Puedo dejar de ser espec- tadora para pasar a ser narradora de mi verdad? ¿Puedo relajarme, divertirme y ser sencillamente «una chica»? ¿Estoy todavía a tiempo de pedir perdón a mi feminidad? Sobre todo, a la irregular, a la que se sale de la norma, a la que me avergüenza. Hace unos días leí en «Gárgola Digital», la substack de Ainhoa Marzol, algo que me rompió los esquemas: «A medida que me alejo de mis 20, voy dejando atrás la necesidad de encontrar personas cuyas conversaciones me NARRATIVA Feria de Vera 2023 84

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